Monasterio del Santisimo Rosario
Somos una Comunidad de vida contemplativa perteneciente a la Orden de Predicadores.
Las monjas de la Orden de Predicadores nacieron cuando el
Santo Padre Domingo asoció a su «Santa Predicación», por la
oración y la penitencia, a las mujeres convertidas a la fe católica,
reunidas en el monasterio de Santa María de Prulla y consagradas
solamente a Dios. (Cons. Fund. 1) Fundadas en el año 1206 en Prulla (Francia)
La presencia contemplativa dominicana se establece en Colombia el 15 de Julio de 1645, siendo fundado como primera casa el Monasterio de Santa Inés de Montepulciano en la ciudad de Bogotá.
SANTO DOMINGO DE GUZMAN Y SU GRAN OBRA
Nacimiento
Nació en Caleruega (Burgos) en 1170, en el seno de una familia profundamente creyente y muy encumbrada. Sus padres, don Félix de Guzmán y doña Juana de Aza, parientes de reyes castellanos y de León, Aragón, Navarra y Portugal, descendían de los condes-fundadores de Castilla. Tuvo dos hermanos, Antonio y Manés.
Educación
Durante siete años fue educado por su tío el Arcipreste don Gonzalo de Aza, hasta los catorce años en que fue a vivir a Palencia: seis cursos estudiando Artes (Humanidades superiores y Filosofía); cuatro, Teología; y otros cuatro como profesor del Estudio General de Palencia. Al terminar la carrera de Artes en 1190, recibida la tonsura, se hizo Canónigo Regular en la Catedral de Osma. Fue en el año 1191, ya en Palencia, cuando en un rasgo de caridad heroica vende sus libros, para aliviar a los pobres del hambre que asolaba España.
Santo Domingo vivió una época de cambio con numerosos desafíos a los que intentó dar respuesta
Al finalizar sus cuatro cursos de docencia y Magisterio universitario, con veintiocho años de edad, se recogió en su Cabildo, en el que enseguida, por sus relevantes cualidades intelectuales y morales, el Obispo le encomienda la presidencia de la comunidad de canónigos y del gobierno de la diócesis en calidad de Vicario General de la misma.
Misión en el Langüedoc
En 1205, por encargo del Rey Alfonso VIII de Castilla, acompaña al Obispo de Osma, Diego, como embajador extraordinario para concertar en la corte danesa las bodas del príncipe Fernando. Con este motivo, tuvo que hacer nuevos viajes, y en sus idas y venidas a través de Francia, conoció los estragos que en las almas producía la herejía albigense. De acuerdo con el Papa Inocencio III, en 1206, al terminar las embajadas, se estableció en el Langüedoc como predicador de la verdad entre los cátaros. Rehúsa a los obispados de Conserans, Béziers y Comminges, para los que había sido elegido canónicamente.
El origen de la Orden de Predicadores
Para remediar los males que la ignorancia religiosa producía en la sociedad, en 1215 establece en Tolosa la primera casa de su Orden de Predicadores, cedida a Domingo por Pedro Sella, quien con Tomás de Tolosa se asocia a su obra. En 1215 asiste al Concilio de Letrán donde solicita la aprobación de su Orden. Será un año después, el 22 de Diciembre de 1216, cuando reciba del Papa Honorio III la Bula “Religiosam Vitam” por la que confirma la Orden de Frailes Predicadores.
Al año siguiente retorna a Francia y en el mes de Agosto dispersa a sus frailes, enviando cuatro a España y tres a París, decidiendo marchar él a Roma. Meses después enviará los primeros Frailes a Bolonia.
Últimos años
En la Fiesta de Pentecostés de 1220 asiste al primer Capítulo General de la Orden, celebrado en Bolonia. En él se redactan la segunda parte de las Constituciones. Un año después, en el siguiente Capítulo celebrado también en Bolonia, acordará la creación de ocho Provincias.
Con su Orden perfectamente estructurada y más de sesenta comunidades en funcionamiento, agotado físicamente, tras breve enfermedad, murió el 6 de agosto de 1221, a los cincuenta y un años de edad, en el convento de Bolonia, donde sus restos permanecen sepultados. En 1234, su gran amigo y admirador, el Papa Gregorio IX, lo canonizó.
Con la aprobación por parte del Papa se cumplía el sueño del español Domingo de Guzmán quien, preocupado por los problemas del mundo y de la iglesia del momento, sintió la necesidad de crear una Orden cuyos miembros estuvieran dedicados a la predicación, la contemplación, el estudio y la compasión, para ayudar a los hombres y mujeres de cada tiempo
Nacía así la Orden de Predicadores formada por frailes, monjas contemplativas y laicos, a la que se sumaron más tarde las hermanas de vida apostólica formando la Familia Dominicana, en total unos cien mil miembros. A lo largo de estos 800 años de historia hemos contribuido a la expansión de la Palabra de Dios, a la formación en la fe, a la creación de Universidades, a la gestación de los derechos humanos… Durante estos 800 años los dominicos hemos hecho grandes aportaciones a la historia de la Iglesia y a la historia de la humanidad, en campos como el de la justicia, la mística, la filosofía, la literatura, el arte, la ciencia, la geografía…
El estudio, el trabajo, la prisa, el fluir…domina nuestras vidas. Pero sólo en la Oración y en la contemplación se encuentra la verdad, el misterio de lo personal, la relación con Dios.
Domingo de Guzmán dejó un testamento de paz, como herederos de lo que fue la pasión de su vida: vivir con Cristo y aprender de Él la vida apostólica. Configurarse con Cristo, esa fue la santidad de Domingo: su ardiente deseo de que la Luz de Cristo brillara para todos los hombres, su compasión por un mundo sufriente llamado a nacer a su verdadera vida, su celo en servir a una Iglesia que ensanchara su tienda hasta alcanzar las dimensiones del mundo. Ese fue du legado, su herencia para sus hijos e hijas.
La espiritualidad es la manera de relacionarnos con Dios. Para los dominicos se fundamenta en cuatro pilares: la oración, la comunidad, el estudio y la predicación.
La espiritualidad dominicana es el modo cómo seguimos a Jesucristo según el estilo que nació con santo Domingo y que fue desarrollado por sus hijos e hijas en la Orden de Predicadores.
El Rosario es para la Orden de Santo Domingo una plegaria que late al ritmo de nuestro carisma definido en cierta manera como «contemplar y dar a los demás el fruto de lo contemplado»
Las Monjas Dominicas
Solo falta que entres tú…. Aquí se vive, se Ama, y se espera en Dios
Solo falta que entres tú…. Lánzate a éste océano de amor, amor sacrificado y puro, como el Amor de Dios.
La vida contemplativa dominicana, surge por iniciativa de Santo Domingo de Guzmán, fruto de su corazón orante. Así, como raíz del árbol de la Familia Dominicana, y de donde todo el tronco sacie su sed, en el año 1206 reúne en el Monasterio de Sta. María de Prulla a un grupo de mujeres conversas, cuyo deseo es ser “una con Cristo”, dedicándose enteramente a la oración y la penitencia. Es así como Domingo asienta su Orden sobre el pilar de la contemplación.
La vida de las monjas dominicas, lejos de ser una realidad aislada dentro de la Orden de Predicadores, es ante todo una complementariedad maduramente sopesada, tanto del ser como del hacer:
La monja para hablar con Dios en el silencio, orando ininterrumpidamente, pensar en Él e invocarlo.
Los frailes, hermanas y seglares, evangelizan por todo el mundo el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Estos dos aspectos de la vida dominicana se fecundan mutuamente por la caridad y la estrecha relación entre sus miembros.
La monja dominica, es una mujer que en el amor, ha hecho de Dios su centro, asumiendo como propios los sufrimientos y alegrías del hombre de hoy, perpetuando en la historia el clamor constante de Domingo: ¡Dios mío! ¡Qué será de los pecadores!, ¡qué será de tantos hombres y mujeres ahogados en el sin sentido, en la desesperación, en el odio, en el vicio…! ¡Tantas personas humilladas física y psicológicamente! ¡Tantos hombres sin hogar, pan y cariño!…
Ha de ser el existir de la monja una luz en el camino de los hombres, un recuerdo perenne de la existencia de Dios y la alegría del Reino, ¡un testimonio viviente de Cristo Resucitado!
Misión de las monjas dominicas, expuesta, con otras palabras, en nuestras constituciones:
Lo que diariamente vivimos, observamos y realizamos
«Buscarle (a Jesucristo) en el silencio, pensar en El e invocarlo, de tal manera que la palabra que sale de la boca de Dios no vuelva a El vacía, sino que prospere en aquellos a quienes ha sido enviada» (1 § II).
Imitando a Jesús, que se retiraba al desierto para orar, «son un signo de la Jerusalén celeste que los frailes construyen con su predicación» (28 § 1).
Mediante la perseverancia en la actitud de escucha, estudio y práctica de la palabra, «anuncian el Evangelio de Dios con el ejemplo de su vida» (96 § I).
Edifican en el claustro la Iglesia de Dios que, por oblación de sí mismas, han de extender por el mundo, con este programa de vida: «Uniformes en la forma de vida puramente contemplativa, guardando en la clausura y en el silencio la separación del mundo, trabajando diligentemente, fervientes en el estudio de la verdad, escrutando con corazón ardiente las Escrituras, instando en la oración, ejercitando con alegría la penitencia, buscando la comunión en el régimen, con pureza de conciencia y con el gozo de la concordia fraterna, buscan con libertad de espíritu, al que ahora las hace vivir unánimes en una misma casa v en el día novísimo las congregará como pueblo de adquisición en la ciudad santa. Creciendo en caridad en medio de la Iglesia, extienden al pueblo de Dios con misteriosa fecundidad v anuncian proféticamente, con su vida escondida, que Cristo es la única bienaventuranza, al presente por la gracia, y en futuro por la gloria» (1 § V).